OPIUM POP

ROGELIO LÓPEZ CUENCA (Nerja, 1959)
Del 17 de marzo al 26 de abril de 2016

ROGELIO LÓPEZ CUENCA

“OPIUM POP”

 

Se puede interpretar el programa iconológico cristiano como una de las más exitosas campañas de marketing de la historia: pocas empresas serían capaces de competir con el grado de implantación de la imagen de su identidad corporativa. La Iglesia ha demostrado una creatividad magistral (mater et magistra) a la hora de hacer uso de elementos simbólicos de ámbito prácticamente universal, preexistentes al propio cristianismo y profundamente enraizados en culturas precedentes. La cruz, por ejemplo, es un símbolo presente en todas las culturas del mundo:

“Pour vivre le symbole de la croix, par exemple, de la croix non pas instrument de supplice mais image du monde, il faut peut-être s’appliquer à l’expression corporelle, étirer sa tête vers le haut, ses pieds vers le bas, ses bras vers l’infini de droite et de gauche, toute cela sans limites, sans souffrance vaine, naturellement. C’est la magie ignoré des gestes liturgiques qui se perpétuent comme une trame nécessaire, car les rites sont une mise en action des symboles qui s’exprime autant par la récitation incantatoire que par la gestuelle qui leur sert de suport et élargit les sens des mots employés”[1].

Y, sin embargo, no fue utilizada como símbolo por los primitivos cristianos, debido a lo infamante de un suplicio que provocaba, además, el escarnio por parte de los gentiles. Hasta el año 313 (desde el edicto de Milán) no se generalizaría su uso… así como el del crismón, XP, uno de los monogramas más admirables y de mayor fortuna de la historia, junto con IHS (In Hoc Signo), ambos de Cristo.

Los símbolos evolucionan incesantemente. Desde su significado original, los discursos simbólicos van formando una larga serie de concatenaciones, hasta tejer una compleja red de significaciones, dentro de la cual el símbolo, como hemos dicho,  no permanece intacto a lo largo de la historia, sino que se ve forzado tanto a  relecturas obligatorias (debidas a las imposiciones  de la Iglesia o del  poder político) como sugeridas y/o exigidas para su adaptación a los cambios culturales que tienen lugar en el seno de las sociedades.

Como ha observado Mircea Eliade, La revelación aportada por la fe no destruye los significados precristianos de los símbolos, simplemente añade un nuevo valor.

El tráfico de import/export de divinidades y simbologías culturales de unos pueblos a otros, y la contaminación, el mestizaje y los diferentes grados de síntesis que esto conlleva (la asignación de nombres, atributos y características de unos a otros) son fenómenos comunes y recurrentes en la historia de las culturas: a la interpretatio graeca de las religiones de carácter agrícola del Mediterráneo oriental sucedería la interpretatio romana de esos mismos ritos, y a ésta la interpretatio christiana.

Dentro de estos procesos de importación y aclimatación es donde hay que entender la aparición (y la persistencia y el arraigo popular) de los ritos de la Pasión en el Mediterráneo bajo influencia religiosa y cultural cristiana.

Partiendo de los cultos de la Madre Tierra, vemos que las diosas- madre de las culturas agrarias (la mayoría negras, como la moreneta) se caracterizan por el subrayado de  paralelismos entre la fecundidad de la tierra y la de la mujer. Vestigios de ritos y costumbres que perviven debido a la dependencia humana de la tierra. Todavía aún se produce –como cuando la prole significaba brazos para trabajar al tierra, lo que justificaba la poligamia y el repudio de la mujer estéril- una identificación entre demografía y prosperidad (que se trasluce en el tono depresivo de los analistas ante la baja natalidad de una sociedad).

Las celebraciones de la Pasión se inscriben dentro de la tradición de ceremonias rituales típicas de sociedades basadas en la agricultura, las cuales desarrollan religiones en torno a los misteriosos procesos cíclicos de nacimiento, crecimiento, reproducción, cosecha y fruto, muerte y resurrección del universo vegetal. La Madre Tierra, surcada por el arado (símbolo del miembro viril – y también de la creación y de la cruz [2]: la madera y el hierro del arado simbolizan la unión de las dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina). El arado como principio masculino actuante sobre la naturaleza (supuestamente) pasiva (o, por lo menos, no lo suficientemente activa) de la tierra. El surco sembrado, la tierra labrada, son metáforas recurrentes de la penetración sexual, como el trabajo agrícola lo es del acto generador. La muerte y el enterramiento como proceso de fecundación cumplen la misma función que las inmersiones (el bautismo, donde uno muere ahogado, para nacer a una nueva vida): hay enterramientos simbólicos (como se entierra una semilla, el semen) para regenerarse por el contacto con las fuerzas de la tierra: es en el seno de la tierra madre (mediante el regreso a los orígenes) donde la muerte se transforma en vida: morir (de una forma de vida) para renacer (a otra).

La concepción de la mujer como mensajera (angelos) de(l) otro mundo (desde la madre tierra a las múltiples brujas, pasando por la Virgen María misma, que funciona como punto de arraigo para la naturaleza humana de Cristo, complemento necesario de su naturaleza divina, a la vez que como intermediaria permanente entre Dios y los hombres) es un rasgo común a las civilizaciones agrícolas, así como la alusión al sacrificio del hijo (el fruto de su vientre): en todas las tradiciones se encuentra el símbolo del hijo inmolado (o de la hija). Se produce un intercambio sagrado: dependiendo del valor (de lo caro, querido) de lo sacrificado, así será la energía recibida a cambio. Este sacrificio es un proceso de expiación, de purificación, en el que la sangre de la víctima ha de empapar el altar para que se produzca la fecundación (una metáfora sexual: la sangre como el semen, pero también como la lluvia). La sangre como vehículo de vida: mezclada con la tierra da nacimiento a las plantas, da vida (podría rastrearse aquí en el origen de la irracional defensa de la pena de muerte). El derramamiento de sangre propiciaría la fecundación, pero aunque el sacrificio siempre ha de ser sangriento, puede bastar con el dolor: las lágrimas pueden bastar para atraer la lluvia. Las lágrimas de la Virgen son testimonio tanto de su propio dolor como de su labor de intercesión. Las representaciones de la mater dolorosa, de la Virgen sufriendo durante la Pasión de Cristo ilustran esa arraigada creencia en el papel co-redentor de María, verdad no definida por la Iglesia y, sin embargo, aceptada tradicional y popularmente. Las lágrimas son pues un elemento perteneciente al catálogo de elixires de vida femeninos que conforman los fluidos corporales, las aguas primordiales de la vida (recordemos que los hombres no lloran), entre las que la lluvia, el esperma divino en las religiones agrícolas, es un elemento indispensable de la vida.

De este mito procedería el de Adonis,  un hermosísimo mancebo, deseado al mismo tiempo  por Perséfone y por Afrodita, y que a causa de ello es condenado, por un juicio salomónico de Zeus,  a pasar la mitad del año con la una, al sol, y la otra mitad en el sombrío reino de la otra. Se trata, está claro,  de la construcción por parte de una mentalidad agraria,  pendiente ansiosamente del hecho de que  la naturaleza atraviesa un periodo de quietud y muerte aparente para recobrar más adelante su fecundidad.

Es sorprendente la persistencia en la celebración de estos rituales de origen y funciones relacionadas con sociedades fundamentadas en la agricultura, una vez que la atención por la tierra y el mundo vegetal y sus ciclos vitales ha desaparecido del primer plano de las preocupaciones de las sociedades de consumo en el capitalismo tardío. ¿Qué significan las proclamas publicitarias de que  “Ya es Primavera” sino que ya puede/debe Vd. cambiar su vestuario? ¿Y qué es este cambiarse de vestuario sino una ceremonia iniciática de acompañamiento del renacimiento de la naturaleza

La iconosfera contemporánea rebosa de imágenes, logotipos, marcas comerciales y poses publicitarias llenas de mascarillas de eterna juventud, baños vivificantes, cuerpos semidesnudos, corazones, brazos en cruz, vuelos ascensionales, pietàs, coronas, gallos, manos atadas, cálices y copas… Es debido a su aptitud para atravesar la historia que un símbolo se ancla en una civilización.

 

[1]Georges Nataf, Symboles, signes et marques.

[2]La cruz es un símbolo de una raigambre y presencia tan universal que nunca falla y muchos artistas y diseñadores lo adoran: con este signo venderás.

 

Rogelio López Cuenca

 

 

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